La luna de miel terminó antes de empezar. Entre escándalos, decisiones erráticas y promesas rotas, el gobierno de José Raúl Mulino enfrenta una tormenta política que amenaza con desmoronarlo desde adentro.
Ciudad de Panamá – La administración de José Raúl Mulino, heredera directa del polémico legado de Ricardo Martinelli, atraviesa sus horas más oscuras. A menos de un año de haber tomado posesión, la desconfianza ciudadana crece como fuego en cañaveral seco.
¿Gobierno para el pueblo o gobierno para unos pocos?
La gestión ha estado marcada por decisiones improvisadas, falta de transparencia y una aparente desconexión total con la realidad social. Las promesas de reactivación económica y combate a la corrupción han quedado sepultadas bajo una avalancha de nombramientos cuestionables, contratos directos sin fiscalización y una actitud autoritaria que recuerda los peores tiempos de la dictadura militar.
Los focos rojos no paran de encenderse:
Educación al borde del colapso, con huelgas anunciadas y escuelas sin condiciones.
Salud pública desbordada, sin medicamentos y con hospitales al borde del cierre técnico.
Seguridad convertida en un juego de cifras, mientras la violencia se adueña de las calles.
¿Y el presidente?
Mulino parece más enfocado en blindarse políticamente que en gobernar. Ha apostado por rodearse de leales en lugar de competentes. Los analistas lo dicen claro: sin un cambio de timón urgente, el país va directo al abismo.
¿Qué dicen los barrios? ¿Qué dicen las bases?
El descontento crece en la calle. Ya no es solo la élite la que critica, es el pueblo, el trabajador, el que siente en la piel cada error del gobierno.
La pregunta es una sola:
¿Caerá Mulino por sus propios errores o será el pueblo quien lo obligue a rectificar o renunciar?
Conclusión:
El tiempo corre y el margen se reduce. Si Mulino no cambia el guion, podría ser recordado no como el heredero del poder, sino como el arquitecto de su propia caída.
